Gracias, Señor, por hacerte presente
en los momentos de dolor y de angustia
vividos durante la pandemia.
Siguiendo el ejemplo de tu Hijo,
médicos, personal sanitario,
cuidadores, educadores,
sacerdotes, voluntarios,
religiosos y religiosas
han arriesgado su vida,
algunos hasta el extremo de entregarla,
para transmitir tu compasión
a cada uno de los enfermos.
Creyentes o no,
su preocupación por los demás
es un signo vivo de tu Misericordia.
Las normas sociales nos ayudan a convivir y a protegernos,
pero hay que ir más allá
y atender a los excluidos de un sistema
demasiado injusto.
Gracias por todas aquellas personas
que creen que tu Amor
es más fuerte que la muerte
y se preocupan por el bienestar de los demás
antes que por el propio.
Gracias porque el Espíritu de Jesús
sigue vivo en la Iglesia
y la empuja a acercarse a los leprosos de nuestros tiempos
para llevarles la Buena Nueva de tu amor.