Cuando somos nosotros los que miramos, Señor,
lo hacemos desde los ojos cansados del día a día,
ciegos a las realidades cercanas,
indiferentes al dolor,
reacios a cualquier servicio generoso.
Estamos demasiado empeñados
a no abrirnos a la claridad de tu luz,
y vamos por el mundo a tientas.
Cuando miramos desde tu amor, Señor,
nuestros ojos reconocen la prenda de tu presencia
en cada hombre, en cada mujer,
en cada niño y en toda la creación.
El camino se vuelve exigencia de crecimiento,
de entrega personal,
y sentimos dentro de nosotros
una luz que nos guía y nos quema
si no se regala en respuesta de servicio.
Tu mirada nos mueve a compartir
todo lo que somos,
a olvidarnos de nuestras insignificantes miserias,
a luchar por la callada verdad.
Nace en nosotros la alegría
de sabernos amados desde siempre
por encima de nuestras lejanías y silencios.
Agradecimiento por todo
lo que hemos recibido, confiado y vivido,
porque nada te es indiferente.
Nos sabemos en tus manos,
responsables de tu obra.
Nos urge la búsqueda del bien,
y queremos convertirnos en grano de trigo
para ser vida que calla el «yo» y grita tu nombre.
Tú, mirada, palabra, presencia.
Concédenos la humildad y valentía necesarias
para dejarnos llenar de tu luz
y ser reflejo de tu Amor.