Aprender de tu corazón de Padre
es un aprendizaje de toda la vida.
Muchas veces, Señor,
como el hijo menor de la historia,
nos alejamos de nosotros mismos,
de nuestras raíces,
y nos convertimos en traidores
de tu amor y el de los demás.
Muy a menudo no entendemos, ni sabemos ver
que la felicidad está en las pequeñas cosas,
en la gente cercana,
y soñamos con otro mundo,
con nuevas experiencias y emociones,
creyendo erróneamente
que en ellas encontraremos la felicidad.
Otras veces, Señor, somos como el hijo mayor,
que se cree cerca de ti:
cumplidores, sin aparentes faltas…
pero no queremos,
no sabemos amar como es debido,
porque no nos sentimos hijos en casa,
y nos volvemos indiferentes a la compasión.
Somos demasiado exigentes,
y, con el corazón ofuscado por la envidia,
no nos reconocemos como hermanos.
Necesitamos aprender de tu corazón de Padre
que espera contra toda esperanza,
confía plenamente y nunca se cansa de amar.
Nos sorprendes con tu bondad infinita,
que respeta nuestra libertad
y sufre por nuestra lejanía.
Esperas. Perdonas.
Celebras nuestro regreso y haces fiesta.
Siempre te adelantas a nuestras acciones,
porque la misericordia es más rápida y expresiva
que el arrepentimiento.
Gracias, Señor, porque en nuestras lejanías,
sabemos que nos esperas con los brazos abiertos
para acogernos en un abrazo
y regalarnos el amor que tanto necesitamos
para aprender a amar con tu corazón de Padre.