Gracias, Señor,
por la vida discreta y fecunda de san José.
Los evangelistas le dedican pocas líneas,
pero lo reconocemos en su silencio
y su amor incondicional.
Se adelanta a los problemas
y toma las decisiones necesarias
para facilitar así la vida de los suyos.
Tener cuidado del próximo,
velar por los que amamos,
no huir ante los peligros,
abrir caminos a la esperanza,
construir un hogar,
regalar con generosidad
el calor necesario para vivir en familia…
son proyectos a los que todos estamos llamados.
Y encontramos en san José
el modelo de la valentía creativa
tan necesaria para ser continuadores
de tu obra creadora.
Nos hacen mucha falta modelos de vida
como el suyo;
gente común, alejada de todo protagonismo,
ejerciendo la paciencia,
sembrando corresponsabilidad
con una generosidad
que no espera más respuesta
que el bien del otro, su felicidad.
Y es como, sencillamente,
nos hacemos colaboradores
de tu reino, comprometidos con el mundo,
sembradores de esperanza.
Gracias, Señor, por la vida
de tantos hombres y mujeres,
que discretamente, sin salir en las noticias,
hacen el bien con diligencia y alegría,
luchan por la justicia y tratan
con ternura y respeto a todo el mundo.
Personas que cuidan del entorno,
y trabajan con la audacia necesaria
que requiere cada situación
porque aman de verdad tu proyecto de salvación.