Me siento feliz y agradecido, Padre,
por mi bautismo.
Lo recibí cuando aún no podía tener
conciencia de él,
pero era fruto precioso del amor
que me envolvía:
el amor familiar y el amor de la familia-Iglesia,
signos, ambos, de tu amor para cada persona.
Ahora te pido, Padre, que aquel fuego
que encendiste en mí
-fuego que es luz, amor y capacidad de amar-
no lo deje apagar, sino que lo alimente cada día
siendo una persona que ora,
que escucha y acoge tu Palabra,
que se propone servir y ser hermano
de todos tus hijos e hijas
a quienes amas con el mismo afecto
que a tu Hijo Jesús.
También te agradezco, Padre, porque cada día
tengo la oportunidad de hacer el bien
o de servir a los demás.
Ayúdame a no dejarme vencer
por el cansancio o el desánimo.
Que mi tendencia egoísta
o la crisis en que vivimos
no sean jamás una excusa que me aparten
de mi vocación:
me has llamado a vivir en la gran familia
de los hijos e hijas a quienes tú amas
de modo entrañable e incondicional
y a ser, todos juntos, testigos de tu luz,
signo y prenda de tu alianza
con toda la humanidad.