Señor, tú viviste plenamente encarnado,
enraizado en tu pueblo,
trabajando por el bien, por la salud,
por la inclusión de los pobres y marginados
que encontrabas en el camino.
Predicaste un mensaje de conversión urgente,
exhortaste a los discípulos a vivir alerta,
a optar por el Reino sin diferir la decisión.
Te enfrentaste a los límites
de la experiencia humana,
sufriste el odio y la violencia,
como si todo el mal del mundo
se hubiera enfocado en ti,
y pasaste por la muerte.
Tu resurrección nos abre un nuevo horizonte,
supera los límites estrechos de la vida humana.
Esto nos procura una esperanza indestructible
i pone en su lugar tantas cosas
que no son sino falsos absolutos.
Gracias, Señor, porque la esperanza trascendente
nos hace posible amar con libertad,
arriesgar y gastar la vida sin reparo,
hacer con confianza lo poco que puedo
y poner la mirada en el todo que espero de ti.