Domingo XXII del tiempo ordinario
Sois el rostro visible de la misericordia del Padre
1. En el reino de Jesús nadie puede ocupar el primer lugar por derecho propio ni por protocolo. Los primeros lugares los ocupan los que han renunciado a la manera humana de pensar y se han puesto al servicio de los demás. Como Jesús. Es la esencia del evangelio de hoy.
2. No sé cómo miraría Jesús hoy a ciertas personas defensoras de “las clases populares” que se presentan a los lugares oficiales mal vestidos y peor peinados. Hay que ser muy rico para hacer el pobre. Ningún pobre de las “clases populares” lo haría. Seguro que no. Las formas son importantes.
3. Aun así Jesús en el evangelio de hoy nos da una lección de urbanidad o de “buenos modales”, como decíamos antes. Es verdad que la urbanidad puede esconder una gran hipocresía. Pero para un cristiano es la flor de la caridad, una muestra del aprecio, del respeto, de la valoración que los otros nos merecen. Transpira una buena educación.
4. La persona bien educada tiene un autoconocimiento aceptable, es apaciblemente humilde. No se siente ni mejor ni peor que nadie. Conoce los propios límites. Y esto le da la capacidad de una generosa comprensión y aceptación. Los otros son muy importantes para él. Y los trata como él quiere ser tratado.
5. Esto le comporta dos grandes bienes: le atrae la simpatía de la gente. Y le atrae también la misericordia de Dios que se complace en revelarle sus designios. Jesús alababa al Padre, porque esconde las grandes verdades a los entendidos y las revela a los más pequeños. Y Santa María exclama: Ha mirado la insignificancia de su sierva.
6. Jesús reprocha a los sabios y a los santos de su tiempo su vanidad: les encanta ocupar los puestos de honor, que todo el mundo les haga reverencias, están muy orondos con su larguísimo currículum personal. Los invitados del evangelio de hoy muestran muy poco sentido común. Se exponen a quedar muy mal cuando el amo o la vida les pongan en su lugar. No saben estar donde corresponde y ni como corresponde.
7. Jesús explica una parábola en que son invitados al gran banquete los pobres, cojos, discapacitados... Todos ellos, dentro de su pobreza, se visten como pueden. Tienen el sentido de su dignidad personal. Pero entra uno sucio y harapiento. Y lo echan porque no se ha respetado él ni ha respetado a los demás.
8. Un segundo aspecto acentúa Jesús. Cuando hagas una fiesta, no invites a tus amigos ni a los vecinos ricos. Invita a los pobres, inválidos, cojos y ciegos. Ellos te lo agradecerán, pero no te podrán invitar. Te lo agradecerá y te lo recompensará Dios en su momento.
9. Esto que Jesús predica, parece prácticamente imposible. Y sin embargo muchos de los estáis aquí lo hacéis directa o indirectamente cuando ofrecéis a muchas personas un plato caliente y albergue para pasar la noche. Y esto de forma voluntaria. O los padres y madres, abuelos y abuelas que os desvivís para que los hijos y nietos vivan, crezcan y se sitúen. Sin esperar a cambio. Los amáis. Actuáis a la manera que recomienda Jesús.
10. Y tendréis un doble premio: la paz de la conciencia que aprueba lo que hacéis, y el gozo de continuar la presencia de Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien. Sois el rostro visible de la misericordia del Padre. Cómo dice el salmo: Dios es padre de huérfanos, defensor de viudas. Dios da casa a los desamparados, libera a los cautivos y los enriquece. Es el estilo de Dios, el estilo de Jesús. Un estilo que se hace perceptible cuando actuamos como Él.