Domingo VII del tiempo ordinario
Sed perfectos... como niños
1. Jesús nos enseña la espiritualidad del sol y de la lluvia: hacen el bien a todo el mundo, sin distinguir si son buenos o malos. En cambio, nuestra espiritualidad a veces es la de la regadera. Me pongo a regar: un chorro en esta flor y ni una gota a la otra. Un rayo de luz para mi amigo y el otro que se tropiece si quiere. La espiritualidad de Dios es la del sol y de la lluvia. Es compasivo, benigno, lento para el castigo, rico en el amor. Echa nuestras culpas lejos de nosotros como el Oriente está lejos del Occidente. Como un padre se apiada de sus hijos, el Señor se apiada de los fieles.
2. Viendo como el Padre es y actúa, Jesús nos anima a ser y hacer como él. Se acabó eso del ojo por ojo... Esta norma, que parece tan dura, suponía un gran progreso: ponía fin a la venganza sin límites: Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete (Gn 4,15.24) y la limitaba a un tanto por tanto. (Dt 19,16-21).
3. Nada de responder a la violencia con violencia. Nada del ojo por ojo, diente por diente. No. Es la no-violencia de raíz cristiana. Gandhi se lo tomó de verdad, y sin disparar un tiro, logró la libertad de la India. O Luther King. Gracias al soldado que optó por la objeción de conciencia, nuestros jóvenes ya no hacen la mili. El camino es más largo, pero es el único que llega a término.
4. Jesús recibió una buena bofetada ante el gran sacerdote Anás. ¿Así contestas al pontífice?, le dijo el esbirro. Jesús no puso la otra mejilla. Le respondió civilizadamente: Si he contestado mal al gran sacerdote, dime en qué. Y si he hablado bien, ¿por qué me pegas? No te dejes vencer por el mal. Vence el mal con la abundancia del bien.
5. El ideal que Jesús nos propone es muy alto: sed perfectos como el Padre Celestial. Jesús nos viene a decir: no os quedéis a medio camino, el de la letra. No os contentéis con no matar, no jurar, no adulterar. Dad un paso más: respeta la vida, la palabra, el amor, con todas sus consecuencias. Amad a los enemigos, a los que no os aman.
6. Si el ideal es tan alto, el modelo que Jesús nos propone para llegar a él está a nuestro alcance: un niño. El niño es una persona en camino, que va creciendo poco a poco: Ahora caigo, ahora me levanto. Pero no se desespera nunca porque sabe que el padre y la madre lo aman.
7. Su «perfección» consiste en ser «imperfecto», inacabado… El padre y la madre lo comprenden. “Ya dice mamá, papá”. Ya hace garabatos. Mira qué dibujo. Nos hace sonreír de satisfacción. A los mayores nos cuesta aceptar como normal ser cómo somos, no acabados de hacer todavía, siempre en camino.
8. En la iglesia somos centenares y miles las personas cristianas que oficialmente aspiramos a la perfección. Aun así, abundan los mediocres y vulgares. Ante una perfección imposible, nos cansamos y preferimos ir tirando... No nos damos cuenta que nuestra perfección está en ser imperfectos, inacabados, que es así como el Padre nos conoce y nos ama.
9. Pero sin quedarnos estancados en la mediocridad y en el «ir tirando» sino tendiendo siempre a ser más lo que como personas y como cristianos podemos ser: mejores hijos de Dios, mejores hermanos con todo el mundo.
10. San Lucas en vez de “sed perfectos”, dice “sed compasivos”. Conociendo nuestra debilidad comprendemos la debilidad de los otros y sus sufrimientos. Y sintiendo cómo Dios nos comprende y nos ama, miramos de comprender y amar como él.