Domingo de Ramos
Jesús vivió en plenitud su vida sin saltarse la medida humana
1. La procesión de Ramos nos recuerda el coro de niños juguetones y del pueblo sencillo que aclamaba a Jesús: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor: ¡Hosanna, Viva! Ahí nos sale el alma de niño que los cristianos tenemos. Escuchemos ahora de labios de san Pablo la mejor guía para vivir estos días santos.
2. Se centra toda en Jesús. Jesús, que para hacerse uno de nosotros, aparca su condición de Dios y se zambulle en nuestra vida humana para enseñarnos cómo hemos de vivir para que logremos ser lo que somos como personas. Se vació, dice san Pablo, se rebajó hasta tomar la condición de esclavo. Este “rebajamiento” ese “vaciarse” se dice en griego kenosis. A esta suprema humillación siguió una sobre-exaltación, un reconocimiento universal.
3. Hecho uno de nosotros, Jesús optó decididamente por los más pobres, marginados e ilegales. Se identificó con ellos y compartió su sufrimiento y su muerte. No vino a suprimir el dolor ni siquiera a explicarlo, sino a llenarlo, a envolverlo, a suavizarlo con su presencia. ¡Gusano soy, no hombre! La muerte en cruz era la muerte más dolorosa e inhumana. Era propia de los esclavos. El crucificado era un maldito de Dios. Al aceptarla, Jesús ratifica que hasta la vida más pisoteada, olvidada y degradada tiene una dignidad divina. Tenía hambre, tenía sed...
4. Jesús vivió en plenitud su vida sin saltarse de la medida humana ni por arriba ni por debajo. Hombre soy y humana es mi medida, decía el poeta. Y otro decía: "Soy hombre, nada me es indiferente". En Jesús Dios mira al mundo y a las personas con ojos humanos y los ama con corazón humano. Más cercanía imposible.
5. Esta fue la obediencia de Jesús al hacerse siervo y esclavo. Entró de pleno en el juego y en el choque de las libertades. Le costó la vida. Con su comportamiento sufrió el brutal imperio de la ley al enfrentarse con dos legalidades y fue condenado a muerte por las dos: la legalidad del imperio, la romana –dura lex sed lex, la ley es ley, aunque sin entrañas–, y la legalidad religiosa, que tampoco las tiene.
6. La autoridad religiosa lo condenó como blasfemo: Tenemos una ley y según la ley ha de morir, porque se ha hecho hijo de Dios siendo un simple hombre. Y la legalidad romana lo condenó a la cruz porque se hacía pasar por rey. No era verdad. Pero una mentira repetida se convierte en posverdad, y la posverdad es con frecuencia el argumentario en que se funda desgraciadamente cierta justicia.
7. Para desposeer a la ley de su imperio, Jesús le ha puesto alma. Él reduce a dos los mandamientos de la ley de Dios: ama a Dios, ama al prójimo como a ti mismo. Los ha inscrito en el corazón de la persona.
8. San Agustín lo dice de una manera muy gráfica: Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si llamas y te manifiestas, hazlo por amor. Si corriges, hazlo con amor. Si perdonas, perdona con amor. Que la raíz del amor esté dentro. De esta raíz no puede brotar sino amor.
9. Por esta gran lección de humanidad de Jesús, humillado y crucificado, el Padre lo resucitó y lo puso a su lado y le dio el mayor nombre que pueda dar: EL NOMBRE-SOBRE-TODO-OTRO-NOMBRE, el nombre divino de SEÑOR. Y así siempre que proclamamos que Jesús de Nazaret, humillado y crucificado, es el Ungido de Dios, Cristo y Señor, el Padre celestial es más conocido y amado que nunca.
10. Jesús, en esta semana santa, nos anima a vivir nuestra humanidad como Él, a sacar el brillo a nuestra identidad de imágenes y semejanza de Dios. Es esta la obediencia con que daremos a conocer a Dios. Con el bautismo hemos muerto y resucitado con Jesús. Renovémoslo una vez más en la vigilia pascual del próximo sábado/domingo. Llenémonos y llenemos todos los rincones con la melodía de las “caramelles” y con el olor de todas las flores de la Pascua Florida.