Hoy, Señor, que es domingo
y nos hemos reunido en tu nombre,
tú que te has hecho presente entre nosotros
escucha, tal como prometiste, nuestra plegaria.
Ya que quieres que seamos responsables de nuestro hermano
y nos pides algo tan difícil de hacer bien
como la corrección fraterna,
cuando él nos ha ofendido
o persiste en pecado grave, ayúdanos.
Que no nos engañen las apariencias,
las simples sospechas, prejuicios o habladurías.
No es necesario.
Que cuando vayamos al encuentro del hermano
lo hagamos con benignidad y mansedumbre,
porque si no, lo podríamos irritar
y empeorar las cosas.
Que seamos humildes y no nos precipitemos:
dejemos que otro lo haga, si lo puede hacer mejor.
No queramos tampoco conseguir imposibles,
convertir a alguien cuando no hay esperanza,
Concédenos también el don de la oportunidad,
y de saber escoger el momento preciso.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.