Aquí están tus siervos,
aquí están tus siervos, Señor.
En esta hora
quisiéramos haberte sido útiles.
Deseamos cumplir con tu misión
-cada cual la suya, allí donde tú le has asignado-,
de la mejor manera posible...
o mejor dicho, lo mejor que sepamos.
Sabemos que valoras sobre todo la actitud,
lo que aportamos de nuestra parte,
el esfuerzo y el riesgo, aunque no tengamos éxito.
Da igual qué categoría o qué volumen de trabajo,
ya que todo talento, mayor o menor,
es un don tuyo:
capital, tiempo, aptitud, capacidades.
Somos siervos que no merecen recompensa:
gracias que podamos trajinar, como es nuestro deber.
Trabajando por tu Reino,
no tiene sentido jubilarse.
Pero, tú, Señor, nos pedirás cuentas.
Y eres tan bueno,
si no somos malvados ni gandules,
que nuestro premio será estar por siempre contigo,
en perpetua alegría.