Gracias, Jesús, por no aferrarte a tu rango
como un privilegio para ahorrarte las amarguras de la existencia.
Te rebajaste a ser un hombre
semejante a nosotros.
Asumiste la condición de siervo
para enseñarnos cómo debemos comportarnos con el prójimo.
Nos diste una lección de humildad,
de generosidad y de obediencia hasta el límite.
Por eso hoy, fiesta de la Ascensión,
nos alegramos porque Dios te ha exaltado,
te ha hecho sentarte a su diestra en el cielo,
te ha ensalzado sobre toda la creación
por conducir a todo el universo hacia su plenitud.
Ahora nos toca seguir tus huellas,
vivir de acuerdo con tu ejemplo.
Pero no lo hacemos solos,
caminamos juntos, en comunidad,
conducidos por la fuerza de tu Espíritu.
Nos guías y nos sostienes
por medio de los sacramentos, de la Palabra,
de los hermanos y de las necesidades de los más vulnerables.
Y nos esperas en el cielo
para participar plenamente de la alegría
de la vida de la Trinidad.