Gracias, Señor, porque eres el pan bajado del cielo.
Eres nuestro alimento en el largo camino que es la vida.
En ocasiones se nos hace pesado seguir adelante.
Como el profeta Elías,
nos dejamos llevar por el desánimo.
Por dentro pensamos:
«Basta».
Pero Tú nos acoges,
te haces cargo de nuestro cansancio
y envías tus ángeles para auxiliar-nos.
A menudo son las personas más cercanas;
en ocasiones, se trata de desconocidos
que aceptan ser instrumentos de tu providencia.
Pero realmente quien nos salva, nos levanta, nos alimenta,
es tu Hijo.
Él se ofrece, plenamente;
nos da su palabra,
su vida,
su carne,
para compartir con nosotros
el tesoro más valioso:
su relación contigo,
su Padre
y también nuestro Padre.
Gracias por la Eucaristía,
por poder comulgar,
por alimentarnos con el pan del Cielo
que nos hace experimentar tu amor.