Jesús,
también para mí, tus palabras son difíciles.
Como María,
cuando el enviado de Dios le anunció
que sería tu madre,
tengo ganas de decirte:
«¿Cómo puede ser eso?»
pero, cuanto más las medito
más creo que «para Dios
no hay nada imposible».
No lo puedo comprender,
¡Acepto el misterio!
Sí que, a la luz de la Encarnación,
intuyo que el Pan y el Vino de la Eucaristía,
en aquella Última Cena,
de algún modo,
era como encarnar y hacer visible
para siempre y para toda la humanidad
el don total de ti mismo en la Cruz:
¡Don del Cuerpo y de la Sangre
hasta la última gota!
No es un don en el vacío
o un recuerdo del pasado,
es un don actual
de presencia en cada persona.
Me haces vivir
una comunión real y sensible contigo.
Adivino como una encarnación permanente
de tu vida, muerte y Resurrección en mí …
Es un preludio de la comunión
que viviremos en el cielo.
¡Es sublime este misterio
del Cuerpo y de la Sangre!