Señor, gracias por no abandonarnos
en la tragedia de la muerte.
Gracias por ser una puerta abierta a la esperanza,
por ir por delante abriendo camino,
por prepararnos una estancia en la casa del Padre,
por querer que vivamos allí donde Tú estás.
¡Qué gran privilegio,
que hayas dispuesto un sitio para alojarnos!
Nos acoges en tu casa,
nos preparas la mesa,
nos proteges como un muro seguro,
atiendes nuestras necesidades.
Gracias porque cuidas de nuestros difuntos,
de nuestros padres y madres,
abuelos y abuelas,
quizás hijos e hijas,
hermanos y hermanas,
amigos y amigas,
esposo o esposa.
Los echamos de menos,
pero nos consuela saber que Tú los acoges,
y que un día nos encontraremos contigo y con ellos.
Entonces te veremos cara a cara
y celebraremos con plenitud la fiesta del amor.
Esta es nuestra fe
que nos anima a vivir en Ti,
porque, cuando la muerte venga a visitarnos,
nos sentiremos seguros
sabiendo que Tú continúas a nuestro lado.