Te bendecimos, Padre,
Señor del cielo y de la tierra,
porque cuando nos sentimos sencillos,
cuando no nos complicamos la vida
con aspiraciones engañosas,
nos es dado a conocer el significado de tus palabras,
el sentido de tu Encarnación.
A menudo nos enredamos en preocupaciones
que alimentan nuestro afán de protagonismo.
Entonces no entendemos nada.
Creemos que te escondes de nosotros,
pero, en realidad, somos nosotros
quienes nos escondemos
detrás de la apariencia de ser sabios y expertos.
Cuando somos presuntuosos,
nos cuesta comprenderte.
Pero cuando nos sentimos débiles,
cuando reconocemos nuestras carencias,
comprendemos que vienes a rescatarnos
y te recibimos jubilosos al saber
que nos traes la paz y el reposo tan necesarios.
Nos sentimos criaturas
profundamente amadas por su Creador;
hijos de un Padre que no nos abandona;
habitados por el Espíritu de Dios.
Gracias, Jesús, por revelarnos este misterio maravilloso.
Queremos aceptar tu yugo y seguirte.