Gracias, Señor, por darnos tu Espíritu,
por concedernos tu fuerza, tu luz y tu amor.
Sin el Espíritu nos cerramos por miedo,
por egoísmo o engañados por el espejismo de la autosuficiencia.
Pero cuando abandonamos el sentimiento infantil
de querer controlarlo todo,
de creernos los señores del mundo
y de nuestra vida,
cuando tomamos el camino de la conversión
y dejamos que Tú seas nuestro pastor,
entonces disfrutamos de tu sabiduría,
y tu Palabra penetra en lo más profundo de nuestro corazón.
Saboreamos tu presencia
en los sacramentos, en la oración,
en la relación con los hermanos
o en la atención a los más débiles.
El Espíritu hace que seas real
y no un simple recuerdo de un pasado incierto
ni un ideal vacío e irrealizable.
Transforma nuestros corazones de piedra
en corazones que laten como el tuyo,
que se conmueven ante el dolor de los demás,
que se alegran con la felicidad de tus hijos.
Señor, que siempre estemos abiertos para recibir tu Espíritu,
que ni nuestros defectos ni nuestro escepticismo
ahoguen la llama de tu amor.