Señor Jesucristo,
en esta celebración de tu Cuerpo y Sangre,
queremos agradecer tu don
y aprender a recibirlo con profundo gozo
y con los ojos y el corazón fijos en ti.
Que, como tú, Señor Jesús, sepamos
hacer de nuestra vida una ofrenda a Dios
poniéndonos al servicio de los hermanos
y colaborando contigo para que el Reino de Dios,
donde compartirás el vino nuevo de la plena comunión
con el Padre y con toda la humanidad,
esté cada día más presente entre nosotros.
Que cada vez que te recibimos a ti,
en los signos del Pan y del Vino,
nos convirtamos en signos vivos
de tu amor y tu generosidad sin límites
y pongamos al servicio de los demás
todo lo que hemos recibido: la vida, las cualidades,
el tiempo, la capacidad de hacer el bien.
No permitas, Señor Jesús, que comulguemos
de modo inconsciente, sino siempre
con el deseo de dejarnos transformar
por tu presencia en nosotros,
de ser miembros vivos de tu Cuerpo,
de ser más fraternos con todos aquellos
a quien tú tanto amas y a quien quizá nosotros
olvidamos o no consideramos como hermanos.
Que la celebración de cada Eucaristía
sea signo elocuente del deseo del Padre
de reunir a toda la humanidad en su casa
y alrededor de su mesa.