Señor, gracias por no cansarte de hablarnos
a pesar de nuestras resistencias.
Tenemos un corazón endurecido que no se deja interpelar
por tu amor.
Nos has dirigido tu Palabra
a través de la vida de los patriarcas
y de la inspiración de los profetas,
pero, sobre todo, a través de tu Hijo,
la verdadera Palabra que resuena desde la eternidad.
Su mensaje es claro,
pero reclama nuestra implicación.
Somos obstinados y nos resistimos a escucharte,
dudamos de los hermanos, de las Escrituras, de la Iglesia,
sin darnos cuenta de que te diriges personalmente
a cada uno de nosotros
a través de tantas mediaciones.
Gracias por tus apóstoles, como san Pablo,
que, sin ser personas extraordinarias,
vivieron algo extraordinario
y han dado testimonio.
Por eso te conocemos;
gracias a ellos,
a sus palabras,
a su vida,
a la plenitud del amor que experimentaron.
Sigue hablándonos.
Abre nuestros oídos
para que tu Palabra arraigue en lo profundo de nuestro corazón.