Imitando lo escuchado en la carta apostólica,
queremos agradecerte y alabarte, Padre,
por tu amor a toda la humanidad,
que conocemos a través de Jesús.
Gracias porque nos amas desde siempre
y porque tu deseo es que seamos hijos tuyos
siendo hermanos y discípulos de Jesucristo.
Gracias porque tu amor desbordante
es mayor que cuanto podamos imaginar;
gracias por el don de tu Espíritu Santo,
que habita en nosotros y nos hace caminar
hacia ti y hacia el servicio a los hermanos.
Ayuda a todos, Padre,
a comprender y a vivir la fe
como el gran regalo que nos haces
y como la oportunidad que ofreces para conocer
el sentido y el valor de la propia vida
y el destino que espera a toda la humanidad
y a cuanto has creado
como fruto de tu amor.
Padre, ayuda a toda la Iglesia
a tener el coraje del profeta
y de los apóstoles que Jesús envía;
el coraje de no poner la confianza en el poder,
el dinero o el prestigio,
sino en la fuerza del Evangelio que queremos vivir.
Concede a la comunidad creyente
la capacidad de libertarnos de los demonios
que nos tienen presos a las adicciones
del bienestar, de la comodidad,
de pretender controlar todo
y de no estar totalmente atentos
al viento de tu Espíritu.