Señor, gracias
porque me has dado un buen corazón
y perdona porque a menudo no lo uso.
Cuando veo que alguien tiene un problema,
pienso qué puedo hacer para ayudarle…
siempre que ello no me afecte mucho,
no me altere los planes,
no me cambie la vida.
Si todo pudiera resolverse con unas monedas
Hacer el gesto y seguir adelante.
Pero una voz interior
me dice que no basta:
hay que mirar a los ojos,
coger la mano, escuchar,
hacerse cargo del dolor del otro,
reconocer sus capacidades.
Hay que organizarse, aprender,
fijar objetivos, hacer un proyecto,
crear red, equipo, comunidad.
Y, cuando pongo manos a la obra,
sucede el milagro:
lo que pensaba que sería un sacrificio
lo vivo como un gozo,
siento que recibo mucho más de lo que doy
y me encuentro más cerca de ti.