Gracias, Señor Jesús, porque propones
como modelo a una persona humilde y pobre,
con gran corazón y una generosidad total,
quizás como aquellas personas
que piden ayuda en nuestras comunidades,
o como aquellas que, olvidándose de sí mismas,
se dedican a servir gratuitamente
a cuantos lo necesitan.
Esta viuda nos recuerda que tú mismo,
siendo rico, te hiciste pobre para enriquecernos
gracias a tu pobreza y generosidad;
haznos comprender y vivir, Señor Jesús,
que la mayor riqueza de la humanidad
son las personas que se dedican generosamente
a amar, a hacer el bien,
a aliviar el sufrimiento de los demás,
a compartir gratuitamente la vida
y las cualidades personales;
y haznos superar el miedo a ser generosos.
Toca, Señor, el corazón de los que viven
alimentando el propio egoísmo y vanidad
y se creen superiores a los demás:
que descubran el valor de la fraternidad
que tú has vivido y propones;
que comprendan que lo que tienen
es un regalo del amor del Padre, que crece
cuando se comparte con generosidad y alegría.
Que jamás nos propongamos ser personas
con la soberbia de los escribas,
sino con la generosidad de aquella viuda
que ayudó a Elías, y la de aquella
que tú admiraste y alabaste en el templo.