Señor, de nada sirve que seas
el Rey del universo
si no reinas en mi corazón.
A menudo quiero ser el rey de mi vida,
ir a lo mío sin preocuparme de los demás,
inhibirme de los problemas de mi entorno,
refugiarme en mis seguridades
y buscar siempre los primeros lugares
para recibir elogios y adulaciones.
En cambio, tú nos enseñas otro camino de realeza:
el servicio a los demás.
Si no somos capaces,
es que no mandamos en nuestra vida.
Nos mandan nuestros caprichos,
la pereza y la vanidad,
la avaricia y la envidia,
los celos y el hedonismo.
Tú nos quieres dar el control de nuestra vida
y, para que sea así,
tienes que ser el Rey de nuestro corazón,
el centro de nuestras ilusiones,
la fuerza de nuestra voluntad.
Señor, Rey del universo,
te pedimos que instaures tu Reino dentro de nosotros,
que seamos capaces de obedecerte,
siguiendo tu ejemplo,
porque eres un rey benévolo y servicial.