Gracias, Señor, por tu ejemplo
de servicio generoso a la gente,
de atención a cada persona,
que se sentía acogida, escuchada,
curada, reconfortada por ti.
Gracias, Señor, también,
por el ejemplo de tus discípulos a quienes vemos
colaborando activamente contigo.
Ayuda a tu Iglesia a realizar así
la misión que le has encomendado:
que pongamos en el centro
el servicio a las personas, que las acojamos,
pero que también las vayamos a buscar.
Ayúdanos a ser una comunidad
de hermanos y hermanas,
abierta a todo el mundo,
unida por ti y por tu Palabra,
más allá de los vínculos de sangre o de amistad,
pero con capacidad de amarnos
con cariño de hermanos.
Ayúdanos finalmente a tener
tu coraje y confianza
cuando nos tomen por locos
o tergiversen nuestras motivaciones o acciones.
Entonces haznos experimentar
el gozo de tu bienaventuranza:
«Dichosos vosotros cuando os insulten
y os persigan y os calumnien
de cualquier modo por mi causa.
Alegraos y regocijaos,
porque vuestra recompensa
será grande en el cielo».