Gracias, Jesús, por ponerte a nuestro lado
en la fila de quienes necesitamos convertirnos
y creer en tu Evangelio.
Esto nos da confianza y esperanza:
nuestra renovación es posible
y también es posible el mundo nuevo,
el Reino, que has venido a construir.
Tú, el «Dios-con-nosotros»,
has unido definitivamente
el mundo divino con el nuestro.
Gracias a tu Espíritu
no solo somos criaturas de Dios,
sino hijos queridos.
Tú, el Hijo, no te has guardado en exclusiva
tu relación íntima con Dios,
sino que la has compartido con nosotros.
Gracias a ti podemos oír la voz del Padre
que no se cansa de decirnos
«Tú eres mi hijo, mi amado,
en ti me he complacido».
Nos has mostrado la grandeza y el compromiso
que supone ser hijos e hijas de Dios
y hermanos entre nosotros,
i nos has enseñado a invocar al Padre como tú:
con el entrañable nombre de «Abba», papá.
Gracias, también
porque en nuestro bautismo y confirmación
has infundido en nuestros corazones
tu mismo Espíritu que nos empuja, como a ti,
a hacer el bien,
a proclamar buenas noticias a los pobres,
a liberar a quienes viven sometidos
a cualquier forma de mal.