Jesús,
me gusta contemplarte en brazos de María,
la muchacha sencilla y enamorada de Nazaret;
aquella que estaba tan poseída por el amor
que la pudiste llamar: «la llena de gracia».
¡Es tu madre!
¡la madre del Hijo de Dios hecho hombre!
¡Es una muchacha de nuestro pueblo!
¡Ha formado tu humanidad
y te ha hecho hermano nuestro,
en todo semejante a los hombres!
Necesito detenerme
para poder acoger este misterio;
y en él ir descubriendo
hasta dónde puede llegar el amor de Dios
y empezar a comprender la grandeza del hombre.
¡Has podido hacerte hombre
sin dejar de ser Dios
y, mediante tu humanidad,
nos has hecho entrar en el misterio
de la vida trinitaria;
por ti, somos hijos y herederos de Dios,
por siempre!
Nada ni nadie nos podrá separar de tu amor!
Ya aquí en la tierra,
podemos empezar a gozar de tu presencia,
hecha Palabra, Pan y Espíritu.
María, tú que has acogido y formado a Jesús,
ayúdame a penetrar el misterio de su presencia.