Señor, gracias por dejarte conducir al desierto,
por aceptar vivir durante cuarenta días en soledad
y afrontar las tentaciones sin desfallecer.
Nos has enseñado a no dejarnos embaucar
por las insinuaciones del mal,
a no dudar de la Palabra de Dios,
a confiar en que su amor nunca nos abandona.
A veces debemos experimentar la sequedad del desierto
para aprender a valorar la abundancia del Paraíso.
Cuando lo tenemos todo,
creemos que es por nuestros méritos
y nos olvidamos de que todo proviene de Ti.
Hay algo en nuestro corazón
que nos lleva a desconfiar,
a creer que no quieres nuestro bien.
Entonces nos alejamos de Ti,
nuestra desnudez queda al descubierto
y percibimos nuestra oscuridad.
Sin embargo, si reconocemos tu grandeza
y nos postramos ante ti,
te acercas de nuevo a nosotros
y vienes a socorrernos.
Gracias por enviar de tantas maneras a tus ángeles
y proveernos de lo que necesitamos,
en especial, el pan de la Eucaristía.