Señor: a menudo siento sed
y corro hacia varios pozos para apaciguarla.
Como la samaritana,
me cuesta reconocer de qué tengo sed.
Por eso me equivoco de pozo:
busco satisfacción en el consumo
de diversos productos,
especialmente los que me ofrece la publicidad,
en personas que estén por mí,
que me ofrezcan momentos gratificantes,
en experiencias de alto voltaje emocional,
en espectáculos musicales o deportivos
que me hagan vibrar,
en productos que me ayuden a olvidar
el aburrimiento o el absurdo que vivo,
en gurús que me prometan
llegar a la iluminación…
Pero mi sed no se apaga,
más bien me hace volver una y otra vez
a los pozos de siempre,
en una especie de círculo vicioso.
Hasta que un día, en uno de esos pozos,
vienes a mi encuentro
pidiéndome tú agua a mí.
Y así me abres otro horizonte:
no buscarme a mí mismo,
sino buscar a los demás y a ti.
No condenas ni ridiculizas
mi búsqueda infructuosa,
pero, con humildad y discreción,
me haces descubrir la sed que busco saciar
en lo más profundo de mi ser:
la sed de un Amor como el tuyo,
de una Vida para siempre contigo.
Al final termino, como la samaritana,
pidiéndote: «¡Dame agua de la tuya!».