Busquet Llucià, Joan

Fechas
Nacimiento: 
11 de enero de 1868, en Montbui (Barcelona)
Profesión religiosa: 
25 de marzo de 1884
Ordenación sacerdotal: 
15 de agosto de 1891
Martirio: 
25 de agosto de 1936, en Lleida

El P. Joan Busquet nació en Montbui, diócesis de Vic, el 11 de enero de 1868 y recibió el bautismo el 15 del mismo mes y año. Sus padres se llamaban Josep y María. Otro hijo suyo, Josep, fue también un claretiano ilustre, notable moralista.

Joan ingresó en la congregación claretiana el día 8 de septiembre de 1883 cuando ya había estudiado unos años en el seminario de Vic. Terminado su noviciado, emitió los votos perpetuos –los únicos que por entonces se emitían– el 25 de marzo de 1884 en Vic de manos del Rmo. P. Josep Xifré. Continuó sus estudios en Santo Domingo de la Calzada donde recibió el subdiaconado y el diaconado de manos del obispo D. Antonio Cascajares. Recibió el presbiterado en Lleida el 15 de agosto de 1891 de manos del obispo diocesano Josep Meseguer Costa.

Por aquellos días dio muestras de su capacidad literaria y de amor al Corazón de María y a la Congregación con un Canto Oriental que apareció en Anales de la Congregación en tres breves cuadros desarrollados con notable aliento poético. Terminaba así: ¡¡¡Amor, ardiente amor al Corazón Inmaculado de María!!! ¡¡¡Loor y bendición a los hijos de su Corazón Inmaculado!!!

Ejerció su ministerio en diversas comunidades. En el año 1894 pasó de Cervera a Vic como consultor de la Comunidad y en 1899 estaba en Gràcia (Barcelona). De Barcelona pasó como superior a Barbastro (1900-1907) y luego a Calatayud (1908-1911) con el mismo cargo. De Calatayud fue destinado a Lleida, comunidad en la que permaneció hasta su martirio ocupado en dos tareas fundamentales: el confesonario y la catequesis en la iglesia de Sant Pau, confiada a la comunidad. También salía de vez en cuando a predicar por los pueblos.

Era admirable su paciencia e interés por los niños que atendía, y cómo se ingeniaba para sacar limosnas de los bienhechores cuando se acercaba la fiesta de S. Pablo, patrón entonces de la Iglesia y del catecismo, para organizar lo mejor que sabía y podía, una veladita o concurso de premios, a los más aprovechados.

Para el ministerio del perdón le ayudó precisamente su ceguera progresiva y su carácter comprensivo y paciente en la atención a los penitentes.

Un compañero de comunidad, que convivió unos seis años con él admiraba en el P. Busquet las virtudes de un religioso santo, principalmente la humildad y sencillez. Su nombre era siempre precedido por el buen P. Busquet o del santo P. Busquet de los que le trataban.

Hubo de sufrir una intervención quirúrgica en una pierna por un quiste maligno. El médico se lamentaba de no tener el instrumental adecuado ni ningún anestésico. El Padre Joan le dijo: -¿Por eso se espanta? ¿No tiene un crucifijo? Él solo me basta.

Llegó la revolución de julio de 1936. El P. Busquet fue detenido con otro señor amigo cuando, para evitar el peligro de la familia que los acogía, esperaban el autobús que les llevaría a otro refugio más seguro lejos de Lleida.

Ingresó en la cárcel como preso, ya muy adelantado el mes de agosto de 1936. Achacoso como estaba y casi ciego, se manifestó siempre animado y sereno.

El 25 de agosto, hacia las 10 de la mañana fue llevado al martirio con otros muchos sacerdotes y religiosos. Se dice que pidió a algún miliciano su americana. “No, ya no la necesitará. No se va a constipar”. Llamó la atención de los milicianos que formaban en la parte exterior de la cárcel, que se llevara a la muerte a un anciano achacoso.

El P. Busquet pedía al Señor que le hiciera digno del martirio, puesto que sus hermanos de comunidad ya lo habían recibido. Esperaba la muerte y se mostraba resignado a la voluntad de Dios y aun mostraba alegría. Veía aquellas circunstancias tan difíciles con un feliz optimismo, diciendo que todo sería un feliz despertar.

El P. Joan Busquet era muy paciente, caritativo, asiduo al confesonario, celebraba con devoción la santa misa, atendía a los enfermos y era muy estimado tanto de los hermanos como del pueblo, por su caridad.

En la cárcel llevó una vida ejemplar, lleno de ánimo, confesando gustosamente a los que lo solicitaban.