Gracias, porque no te quedas nunca
en nuestras reacciones,
tan a menudo poco acogedoras,
poco abiertas a las sorpresas
de las manifestaciones de tu amor.
Gracias, porque no nos reprochas cada vez que,
desconcertados quizás
por la exigencia de tu palabra
o por el empuje de tu gesto,
no hemos sabido entender tu manera de actuar
que tan a menudo rompe los esquemas
de toda lógica
y solo sabe dar las razones de la lógica
de tu amor loco y de tu perdón incondicional.
Que no nos frene el rechazo de los demás,
que no nos falte la confianza en tu palabra,
que nuestra seguridad esté en el Padre.
Ayúdanos a vivir en profundidad la eucaristía,
y que, como el salmista, nuestros labios hablen,
canten y proclamen tu salvación,
porque eso eleva nuestras almas.
Que no olvidemos
que los dones personales más brillantes
son inútiles si no nos mueven desde la caridad y a favor de los demás.
Ayúdanos a ver con sinceridad
cómo vamos en nuestra manera de amar.
Que seamos coherentes con nuestra vocación,
a la que tú nos llamas,
que no es otra que la de ser y hacer a tu estilo,
con la mirada puesta en los más necesitados.
Gracias, porque estás aquí y caminas con nosotros.