Padre, gracias por cumplir las promesas
que anunciaste a través de los profetas.
A pesar de nuestro pecado,
no nos has abandonado a merced de nuestros errores,
zarandeados como las hojas secas a merced del viento.
Pese a tu poder y realeza,
has abierto el cielo
y has bajado
para rescatar a los hombres de la muerte.
Eres un Dios celoso de tu pueblo
y no abandonas la viña que has plantado.
Por eso has enviado al Hijo unigénito,
tu ungido, sobre quien reposa tu mano.
Él es nuestra salvación,
la esperanza para redimirnos del mal.
No queremos estar dormidos
cuando vengas a visitarnos.
Si estamos atentos, te veremos en la realidad que nos rodea:
en los niños, los enfermos, los pobres,
los amigos, los compañeros de trabajo,
la familia o la comunidad.
Que tu Espíritu nos despierte
para que te reconozcamos
cuando vengas a visitarnos.