Señor Jesús: a veces me siento
como ese ciego de nacimiento,
totalmente desorientado, encerrado en mi mundo,
lleno de miedos y desconfianzas
ante una realidad y unas personas
que no puedo percibir o que deformo
según mis intereses o mis miedos.
Ayúdame, Señor,
a darme cuenta de esta situación
y a tener el deseo de salir de ella, de ver claro.
Porque tal y como denunciaste de los fariseos,
a veces creo que no soy ciego,
que veo perfectamente
y todavía pretendo hacer de guía a otros
que yo considero que están ciegos.
Veo la astilla que tienen en los ojos
y soy incapaz de ver la viga
que tengo en los míos.
Señor, ¡haz que vea!,
no solo con la vista corporal,
capaz de ver el aspecto exterior,
sino con los ojos del corazón que ven lo esencial.
Solo tú, Señor, puedes abrirme la mirada
para hacerla parecida a la tuya.
Quisiera ver las cosas
y sobre todo a las personas como tú las ves:
como hijos e hijas del Padre,
con una inmensa capacidad de amor y de vida.
Quisiera verme a mí mismo como tú me miras,
como a tu hermano querido,
llamado a compartir tu vida y misión,
a pesar de mis defectos y pecados.